July 06, 2009

Finanzas y falacias

Como en todos los desastres mal anticipados, las crisis financieras salen a buscar culpables.


La lista 2008 es conocida: reguladores mal motivados, bancos centrales laxos, economistas y clasificadores de riesgo sobre-vendidos y banqueros sobre-pagados. Como recogió The Observer (la edición dominical de The Guardian) algunos añaden, en tono de moderado mea-culpa, al periodismo económico.Esta confesión tiene varios asideros.


Uno, los medios están mejor entrenados para destacar sucesos que para perseguir procesos.

Dos, los reporteros de finanzas son en general treintañeros - como los brokers o dealers que les sirven de fuente- y así difícil esperar que hayan aprendido de crisis anteriores.

Tres ¿cómo pueden medios y periodistas ser independientes de accionistas y ejecutivos? Aunque no hayamos visto aún periodistas sacándose fotos con Madoff, los conflictos de interés son evidentes entre medios y avisadores. Sabemos que el financiero es precisamente el mundillo donde el valor de las empresas y las recompensas a los gerentes dependen en buena medida de lo buenas que sean las noticias que se difundan sobre unas y otros.


Ahora bien, más allá de compartir las antedichas críticas, no iré más allá. Nada más insensato que un economista pontificando sobre las culpas y limitaciones de otras profesiones, periodismo incluído. Lo que sí me interesa en cambio es resaltar una hipótesis más general y profunda que sospecho sirve mejor para explicar la precariedad informativa a la hora de anticipar las crisis.


La hipótesis en breve (y trataré no suene a ontología “light”) diría así:

El ser humano necesita que le cuenten historias simples, nada que desafíe mucho su intuición. La tragedia es que al satisfacer esa necesidad, se suele alterar la percepción de los hechos al punto tal que las conductas se tornan poco “racionales” y más difíciles de predecir.


Kahneman (Nobel de Economía 2002) y Tversky fueron los primeros en advertir la deformación de la realidad que puede resultar de la narración de las historias.


Uno de sus experimentos más conocidos fue someter a un cuestionario a un grupo de estudiantes graduados a los que se les daba la siguiente información previa.

“Alberta es independiente y en sus tiempos de estudiante participó en movimientos contra la proliferación nuclear”.

Luego se pedía a los graduados evaluar cuál de las siguientes situaciones creían más probables.

a. Alberta es cajera de un banco

b. Alberta es cajera de un banco y militante de una organización que defiende los derechos de la mujer.

¿a o b?


Tal como quizás usted, la mayoría contestó erróneamente. Aunque b suene “razonable” o “intuitiva”, lo cierto es que a es estadísticamente más probable. Por cierto, la razón es que b requiere que se cumplan dos condiciones simultáneamente y que éstas son independientes entre sí (hay por definición, más cajeras “a secas” que digamos, cajeras pro-mujer, cajeras en Greenpeace, cajeras estupendas, o cajeras Evertonianas)

Esta deformación, que afecta el uso de la información en los mercados es lo que el corredor de bolsa y ensayista Nassim Taleb (“ The Black Swan"

ha denominado, la falacia narrativa. Esto es, una historia tan fácilmente imaginable que bloquea el análisis racional. Por cierto, la narración de historias no aspira a sustituir a los hechos pero sí los acompañan compulsivamente para darles aparente sentido.


De falacias narrativas están repletas las páginas económicas en todo el mundo.


Por ejemplo, el día que cayó Hussein, los bonos del tesoro de EEUU fluctuaron (como ocurre por lo demás todos los días). Durante la misma mañana se leían notas en Bloomberg diciendo. “Los bonos suben. Mercado cree que terrorismo está desarticulado”. Minutos después decían. “Los bonos bajan. Mercado no ve pronta recuperación confianza”. Quizás puro periodismo pero por cierto, puro cuento. Cuentos producidos usualmente de buena fe para audiencias y lectores que esperan y pagan por recibir “explicaciones”.


Desde luego, nadie quiere analistas escépticos ni temblorosos. Menos aún el tedio de conocer los escenarios, probabilidades, datos, fuentes o modelos econométricos. El cuento es entonces el bálsamo. Quizás si como lo sugiere el mismo Observer, el periodismo investigativo ofrezca un paliativo a la superficialidad. Pero para ser realistas, mejor será que estemos claros en reconocernos como seres humanos que, en enorme mayoría, necesitamos historias plausibles para vivir el día a día.

Si algo hemos aprendido es que las debacles no anticipadas se nutren de historias “razonables” o “más probables” (como el feminismo de Alberta).


Quizás sea bueno saberlo antes de la próxima crisis. Los cuentos financieros son un placebo peligroso.


Me temo sí, que como con las mentiras blancas, necesitaremos siempre de historias y narradores. Al final del día, algo ayudan a estibar el peso de la incertidumbre sobre nuestras pequeñas existencias.

www.juanfoxley.cl

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