March 06, 2009

La otra cara de los créditos fáciles en tiempos difíciles

En medio de las proyecciones pesimistas que se escuchan a diario, se está haciendo casi de buen tono despotricar contra los bancos comerciales y llamar al gobierno a prestar directamente a las empresas. El argumento es que como los deudores se hicieron más riesgosos y la banca no relaja sus estándares, entonces el gobierno debería prestar directamente, sin fijarse tanto en parámetros que serían válidos para tiempos normales.
(En su versión extrema, el argumento de intervención estatal ha sido llevado a la idea de comprar empresas en problemas, una exageración que no comentaremos aquí).

Pues bien, el problema es que si queremos relajar estándares de crédito, lo que estamos pidiendo es que el país eche a perder su banca, la misma que se distingue hoy como una de las más solventes del mundo si se aplican entre otros, los coeficientes de capitalización de Basilea.

El gobierno ha hecho bien, primero en esgrimir la persuasión a los intermediarios y no la desregulación bancaria como el mejor camino para la expansión del crédito. Pero en realidad está haciendo todavía más al comprometer abundantes recursos fiscales en la extensión de garantías crediticias vía CORFO.

Sin el ánimo de aguafiestas, me interesa apuntar a que esta últimas representan un régimen que parecía superado y que acarrea un gran potencial de distorsiones e inequidades. Veamos.

Primero, «garantía estatal» significa... se diga o no, que el análisis de riesgo importa poco. Si cuando el cliente no pague la CORFO acude con el 60 por ciento de la pérdida, lo que se está haciendo es transferir recursos (un seguro regalado en este caso) a deudores casi por el solo hecho de que vendan menos de UF 100.000 anuales. Quienes paguen dicha transferencia serán, se quiera o no, una parte considerable de los beneficiarios de programas sociales.

Segundo: ¿qué tanto mérito social tiene el ofrecer seguros de no-pago para sostener empresas de alto riesgo solo por ser pequeñas?Es cierto que las alrededor de 600 mil empresas chilenas en esta condición emplean una fracción significativa de la fuerza de trabajo, pero ciertamente no basta con eso.Lo que se llama «pequeña empresa» es un universo de suyo heterogéneo. Existen allí emprendimientos de jóvenes innovadores y eternos morosos de DICOM. Empresas que cumplen y que atropellan los derechos laborales. Que cumplen y atropellan las prácticas medioambientales.

Y por último, pero de gran importancia, empresas que crean valor y que destruyen valor. Ciertamente, favorecer a estas últimas, lo que consigue es atrofiar el potencial de crecimiento del país, manteniendo, a punta de distorsiones, unidades económicas que deberían reconvertirse o desaparecer. En Chile el 47,3% de las microempresas no sobrevive en el lapso de 7 años según Fundes. En el caso de las Pequeñas y Medianas empresas, este porcentaje llega un 26,9% y un 19,7% respectivamente. Nada malo en ellon si hablamos de la capacidad de aprender y volver a empezar.

Es plausible pensar que con un seguro estatal, serán precisamente las más riesgosas las que demandarán los mayores volúmenes de crédito. Resultado: se alarga artificialmente la vida a empresas que nunca aprenderán así a administrar sus riesgos (por ejemplo, diversificar sus líneas de producción y sus bases de clientes, disminuir su endeudamiento, racionalizar sus costos fijos).

En definitiva entonces, poco es el mérito per se de ser empresa chica.

La CORFO dejó de jugar a ser un banco no regulado cuando, en 1990 se convirtió en una entidad «de segundo piso». Lo hizo para evitar la repetición de la horrorosa práctica crediticia de la CORFO de los años ochenta, cuando se prestó a diestra y siniestra, en buena parte a proyectos malos, cuando no impúdicamente truchos. Tanto fue así que cuando se remató la cartera antigua en 1992, nadie estuvo dispuesto a pagar más del 12 por ciento de su valor. La pérdida en plata fue, en dólares de hoy, 844 millones. ¿Queremos volver a ese despilfarro y pagarlo todos?Cuando la CORFO da seguros de crédito excesivo a los bancos lo que está haciendo es a jugar a ser financiera «de primer piso». El mensaje subyacente es: «No se preocupe del riesgo, los chilenos estarán gustosos de pagar las pérdidas de los que fallen... se lo digo yo, aunque claro, no es mi plata». Ojo entonces con lo que la propaganda calla. Las banderas del crédito dirigido y apoyado con muletas estatales pueden estar tapando una cantidad no despreciable de empresas y empresarios malos, incapaces de generar empleos buenos ni perdurables por sí mismos.

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