Publicado en América Economía, mayo 2012
Cuando se habla de
crédito, la palabra interés tiene ese
fortuito doble alcance de poder aludir tanto a su costo como a su relevancia. Vamos
a hablar aquí del micro-crédito.
Comencemos invocando dos imágenes usuales cuando se piensa en la
integración de micro-empresarios y emprendedores pobres al sistema financiero.
La primera, agradable al
bien común y al sentido solidario: esforzadas mujeres que gracias al crédito consiguen
un ingreso sustentable fabricando canastos en Chittagong o empanadas en Lota. Todo
gracias a prestamistas benévolos que suplen con pequeños créditos la falta de
capital de trabajo, dotando así al
sistema financiero de una palanca de progreso social que la banca convencional es
incapaz de proporcionar.
La segunda imagen, menos
estética, es la de deudores que deben pagar su noviciado con altas tasas de
interés. Tan altas como las del crédito
de consumo o las tarjetas plásticas.
Cómo conciliar imágenes
tan opuestas.
Hay pocas dudas de la
importancia y aceptación del microcrédito. En 2010, USD 43.8 mil millones
habían llegado a más de 83 millones de emprendedores en el mundo - (241.000 en
Chile)- en préstamos de producción por montos individuales no mucho mayores al
equivalente a $100.000 Los casos de
emprendedoras aparentemente exitosas se multiplican y las instituciones
financieras tradicionales comienzan a interesarse en un negocio que antes eludían
por lo que veían como un riesgo intolerable.
Un atributo clave en el modelo de negocio del microcrédito es la
constitución de avales cruzados. Los préstamos son individuales pero rotan
al interior de grupos- (“bancos comunales”, se les ocurrió llamarles en Chile)-en los que cada integrante
responde solidariamente por las obligaciones de los otros miembros del grupo. La presión grupal así activada sirve para bajar los riesgos de crédito a
niveles que, deudores sin historia, educación ni tamaño, no podrían alcanzar individualmente
en un esquema de banca tradicional.
Si los mayores
obstáculos para entregar préstamos muy pequeños eran hasta ahora el riesgo de
enfrentar deudores desconocidos y el alto costo de operación de los clientes
chicos, solo este último conserva su vigencia. Es lo que se llama costo de
transacción y que, más importante que el riesgo, condicionaría la expansión de
la industria del microcrédito formal.
Cuánto pese el costo de
transacción en el cobro de intereses dependerá del perfil de riesgo de los clientes
y avales tanto como de la eficiencia operativa de cada institución. En
cualquier caso, el costo de transacción envuelto en la gestión en terreno de
deudores financieramente poco alfabetizados es alto.
Por ejemplo, el Banco
Grameen de Bangladesh, símbolo de las experiencias de microcrédito más exitosas,
cobraba del orden del 18% real anual. En el mundo, según datos de 1081
entidades de micro préstamos que reportan al MIX, la tasa de interés promedio
cobrada es 38% nominal anual.
A pesar de los elevados
costos de operación y a partir de la baja de riesgo conseguida con el esquema
de avales cruzados, el microcrédito se ha hecho viable no solo para oferentes
de entre los así llamados “sin fines de lucro” sino crecientemente, para
entidades financieras tradicionales.
El Banco Compartamos de
México, por ejemplo. Es la mayor entidad de microcrédito del hemisferio
occidental, listada en la bolsa y cuando salió a buscar USD 458 millones de
capital sus acciones subieron 22% en un solo día. Su retorno sobre patrimonio
supera el 50% anual ¿La clave? Cobro de
intereses superiores a todo lo esperable para segmentos de por sí caros de
administrar: 72% nominal anual.
Claro está, y tal como en los segmentos de crédito de
consumo y tarjetas de crédito, las tasas altas encierran el peligro de terminar
con deudores asfixiados, con el agravante aquí de matar microempresas y
destruir empleos.
¿Puede alguien pensar
que un negocio lícito y perdurable que rinda tanto como para dejar recursos
para pagar tasas tan altas?
Obviamente no, pero vale
recordar que detrás de cada prestamista
hay un deudor dispuesto a aceptar tasas altas. Deudor incauto o ignorante
de costos y alternativas, inconsciente de su probable condena a muerte
empresarial.
¿La alternativa? Educar
para el pequeño ahorro y la gestión racional. Las bondades de las
micro-finanzas no pasan todas por el micro-crédito.El crédito puede ser un valioso recurso complemenetario pero el despegue de la superación emprendedora no tiene atajos y la disciplina en el ahorro, por pequeño que sea, es insustituíble.
Así visto, la cultura de microempresa tiene su potencial más promisorio en la educación financiera que en el crédito revolvente y caro.
Así visto, la cultura de microempresa tiene su potencial más promisorio en la educación financiera que en el crédito revolvente y caro.